Planeta LiTeatrura

A principios de 2011, a orillas del río Cega, nació el Planeta LiTeatrura, un espacio que se nutre de mi experiencia docente, de mi labor como divulgadora de la cultura en distintos medios y de mi pasión por la literatura y el teatro. Si decides entrar en este planeta y notas que te falta el aire, no te apures y ponte en contacto de inmediato con alguno de sus habitantes. ¡Suerte!


jueves, 12 de mayo de 2016

TEATRO, LIBROS Y EDUCACIÓN


Gárgola palentina mirando
"La educación a escena" apareció publicado en el nº 25 de la revista cultural "En taquilla", en octubre de 2009,  pp. 38-39. 










Nadie duda en España de que la educación está hoy en el centro del debate público y ojalá no sea una fiebre pasajera. El tema preocupa y vende; esto último lo saben bien los productores de series televisivas que muestran una imagen frívola de la vida en los centros docentes, que nada tiene que ver con la realidad. En los últimos meses, diversas propuestas teatrales y literarias han abordado el hecho educativo desde perspectivas diferentes. De ellos, de los montajes teatrales y de las obras literarias, me hago eco en este artículo.
A finales de los años 70, el inglés Nigel Williams estrenó en Londres su obra de teatro “Class Enemy”, sobre la violencia escolar. En España, el último montaje teatral basado en esta pieza se debe a la traducción y versión de David Desolá, dirección de Marta Angelat y a Germinal Producciones. “El enemigo de la clase” es teatro de denuncia social, crudo y difícil de digerir, pero necesario en los escenarios españoles actuales, saturados de comedias de evasión. El drama sucede en un aula destrozada de un instituto de barrio, donde seis adolescentes conflictivos se mueven como fieras enjauladas. Son chicos que no responden a estrategias; revientan clases, se insultan y agreden a sus profesores. El líder decide que cada uno dé una clase, mientras llega un nuevo profesor, pues al último lo echaron del aula. Así conocemos sus vidas rotas y familias desestructuradas, su relación con la delincuencia, el racismo y la marginación. Y la pregunta de Williams se impone: ¿quién es el responsable de esta situación? La obra no aporta soluciones, pero tiene el mérito de llevar a las tablas un conflicto social que traspasa muros de centros docentes y de mostrarlo sin concesiones (la interpretación de los actores tiene fuerza y credibilidad). Además, nadie que vea el montaje podrá dormirse en la butaca, ante la petición desesperada de ayuda de estos chicos: “¡que alguien haga algo!”.
Un tono muy diferente tiene “Los chicos de Historia”, la comedia de Alan Bennett, estrenada en Londres en 2004. Después de su paso por Broadway, el director Nicholas Hytner la adaptó al cine en 2006 (“The History Boys”). Recientemente, José María Pou la ha rescatado para los escenarios españoles. En una escuela masculina de una ciudad industrial del norte de Inglaterra en los años 80, ocho alumnos brillantes se preparan para ingresar en Oxford y Cambridge. Bennett enfrenta dos visiones de la enseñanza; por un lado, el idealismo de Héctor, el profesor anti-sistema, enamorado de las artes y la palabra, para quien la literatura es “venda adhesiva”que cura las heridas. De hecho, contagiar el amor a la lectura y transmitir a los alumnos que la vida es espectáculo (pasan las clases actuando) es su razón de ser profesor. En frente, el director e Irwin encarnan el utilitarismo basado en resultados y estrategias. Para Irwin, que fundamenta su vida en la mentira, todo vale con tal de aprobar y no importa reducir el conocimiento a recetas si sirve para superar  exámenes. El problema es que la reflexión sobre la educación pierde fuerza hasta casi desaparecer, según progresa la obra, pues en su lugar adquieren protagonismo los conflictos emocionales de profesores y alumnos, incluidos los tocamientos de Héctor a los chicos, cuando los lleva en moto (aunque les haga gracia y Bennett y Hytner los disculpen calificándolos de “torpes y ridículos”, son injustificables). Además, está el miedo de Irwin y algún alumno a “salir del armario”. Por lo que el tema educativo, que siempre vende, más bien parece una excusa de Bennett para abordar otros temas de su interés como la homosexualidad.
   En los últimos años, tres profesores-escritores, McCourt, Pennac y Bégaudeau, han publicado libros que han sido éxito de ventas. Aunque ninguno trata el hecho educativo en conjunto, son muchas las claves que aportan para comprenderlo. El irlandés Frank McCourt, que acaba de morir el pasado 19 de julio, se hizo famoso por la película “Las cenizas de Ángela” (1999), basada en su primera novela publicada a los 66 años. En 2005, apareció “El profesor” (Maeva, 2006), donde cuenta su experiencia de 30 años dando clase de Creación Literaria en institutos públicos neoyorquinos. McCourt dedica muchas páginas a tratar su vida fuera del centro docente, pero el interés de estas memorias está en sus experiencias como profesor, que él cuenta con sencillez, sin omitir  carencias, inseguridades y errores. Sin duda, McCourt es afortunado, pues desde su primera clase en un instituto de Formación Profesional descubre que como profesor le queda todo por aprender. Y esta revelación se la debe a un alumno con ganas de guerra, que lanza a otro un bocadillo de mortadela, que McCourt, aterrado e inseguro, recoge del suelo y se come delante de la clase. En ese instante el profesor reconoce las limitaciones de la enseñanza universitaria recibida (“los profesores de pedagogía de la Universidad de Nueva York nunca hablaban en sus clases de cómo resolver los bocadillos voladores”). Y sobre todo, entiende que sólo a través de la experiencia cotidiana en las aulas encontrará su voz y estilo como profesor. En el camino, se le manifestarán sus bazas: sencillez y sentido del humor, imaginación y  capacidad de contar historias. De esto no hay duda, como prueban las páginas cargadas de anécdotas en su libro, en el que hay que estar atentos para no perderse sus reflexiones sobre la enseñanza, la situación de la Formación Profesional, las interferencias de la Administración, la metodología interactiva en la clase, entre otras.
Por su parte, Daniel Pennac es el autor de “Chagrin d’école” (Gallimard, 2007), traducido al español como “Mal de escuela” (Mondadori, 2008), anécdotas y reflexiones sobre su experiencia como “cancre” (“zoquete” en la traducción al español) y como profesor de “cancres” durante 26 años. Su historia con final feliz parece un cuento de hadas, el de un mal estudiante que se transforma en profesor y escritor de éxito. Y todo, porque a los 15 años, a Pennac se le aparece un hada madrina en forma de profesor de Literatura y le encarga escribir una novela. Pennac, que era mal estudiante, pero lector compulsivo, se aplica con entusiasmo y por primera vez, se siente existir. Más tarde, llegarían otras hadas madrinas, tres profesores “artistas en la transmisión del saber”: el que era las mismas Matemáticas; la profesora de Historia con un “apetito enorme por devorar el mundo y sus bibliotecas” y el profesor de Filosofía que era la misma Filosofía.  Los cuatro profesores, la literatura y el amor  curaron sus decepciones y dinamitaron los bloqueos de su cerebro.  En cuanto a su experiencia como docente, se centra en el análisis del perfil y discurso de los malos estudiantes.  De especial interés, es su apuesta por la gramática como instrumento para organizar el pensamiento; su reivindicación de la memoria y la inmersión en los textos literarios (de esto último ya trató en su ensayo “Como una novela”); y su constatación de la necesidad del silencio para que el conocimiento eche raíces. Pennac transmite optimismo, convencido como está de que la escuela salva de la ignorancia y de la fatalidad y de que frente al choque violento entre ignorancia y saber, siempre queda el amor.
   Mucho menos optimista es el francés François Bégaudeau en “Entre les murs” (Gallimard, 2006), traducida al español como “La clase” (El Aleph, 2008) y llevada al cine por Laurent Cantet en una película en la que Bégaudeau es guionista y actor, junto a profesores, padres y alumnos que se interpretan a sí mismos (Palma de Oro en Cannes, 2008). Bégaudeau muestra su experiencia como profesor de francés durante un curso escolar entre las cuatro paredes de un instituto de la periferia de París. Escenas de profesores (más numerosas y ácidas en la novela), alternan con escenas de alumnos en la clase. Todos los personajes parecen necesitar oxígeno. Desde luego, la sala de profesores respira tedio y claustrofobia, con varios docentes al límite de sus fuerzas. También en la clase falta el aire, con adolescentes de culturas y razas diferentes, que acusan problemas familiares y desconfían de la autoridad. Con una tensión constante, en la que los conflictos se suceden a ritmo de vértigo, sin tregua ni tiempos muertos, la clase es una olla-exprés siempre a punto de explotar. En medio, Bégaudeau, armado de coraje e ironía, no esquiva conflictos y apuesta por ofrecer la palabra a sus alumnos y con ella, el diálogo y el razonamiento. Sin embargo, esto desborda a unos adolescentes, más habituados al aislamiento, a los gritos e insultos que a la comunicación. Algunos críticos reprochan a Bégaudeau que no ofrezca soluciones, pero el francés, ¿quiere hacerlo? Yo creo que no, pues por lo que se ve, él no ahorra trabajo al otro: más bien, abre un boquete en el muro para que cada uno mire y saque sus conclusiones.

JULIA AMEZÚA, "La educación a escena", En taquilla , nº 25, octubre de 2009, Valladolid, pp. 38-39. 

MÁS SOBRE EDUCACIÓN

"El pacto inmoral" (2011) :

"Me pagan por enseñar": artículo en "El País" (25 de enero de 2017). 

REACCIÓN DE UN PROFESOR ANTE INSULTO DE ALUMNO (febrero de 2017)

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